Ciertamente, la crianza de nuestros hijos no es un tema fácil de abordar, ya que existen muchos factores que intervienen en nuestro “estilo de crianza”. Afortunadamente, cada día, somos más las personas que nos cuestionamos y replanteamos cómo queremos criar y educar a nuestros hijos hoy en día, intentando hacerlo lo más respetuoso posible.
Como en todas las familias, se nos presentan retos cotidianos y situaciones de mucha tensión y desconexión, dejándonos un mal sabor y al mismo tiempo con ganas de reparar para volver a nuestra propia conexión y a la conexión con nuestros hijos, sin saber realmente cómo hacerlo.
En esta búsqueda de respuestas y de hacerlo mejor, nos encontramos con varias corrientes y entre ellas está la Disciplina positiva.
A menudo se puede creer que los principios de la disciplina positiva consisten en poner el foco en los comportamientos de los niños y niñas y hacerles cambiar según nuestras necesidades y expectativas, sin embargo, la realidad es todo lo contrario.
La disciplina positiva no consiste en “aplicar herramientas” para que los niños y niñas “se porten bien”, ni para que “obedezcan a la primera”. Ese no es el enfoque de una crianza basada en el respeto, se trata de educar y acompañar en cada etapa de su vida, desde el amor incondicional, el respeto, desde los límites sanos para el bienestar y el buen desarrollo emocional de los niños y niñas.
La base de la disciplina positiva consiste en que nosotros, los adultos, madres, padres y cuidadores, trabajemos en nuestro cambio de mirada hacia la infancia y coloquemos el enfoque hacia nosotros mismos para comenzar el verdadero cambio que tanto anhelamos.
Venimos de escuchar que a los niños hay que enseñarles, corregir y sobre todo hacerlos sentir mal para que aprendan, desde una relación de verticalidad, donde el adulto está con poder sobre el niño.
Realmente lo que necesitan de nosotros, es desaprender y soltar viejos patrones para dar espacio a todo aquello que ellos tienen para enseñarnos. Ellos son nuestros pequeños, grandes maestros, desde una relación horizontal, teniendo en cuenta que somos los adultos y estamos para guiarlos y ser su ejemplo.
Estar abiertos a cambiar la mirada y arrancar nuestras creencias más arraigadas, es clave para comenzar el camino de la crianza respetuosa y de la disciplina positiva.
Empecemos por la base y el origen de la disciplina positiva
En más de una ocasión se puede escuchar que la disciplina positiva y el criar con respeto es una moda que nos hemos inventado hoy en día para ir en contra de generaciones pasadas o para dejar a los niños hacer lo que quieran.
Nada más alejado de la realidad.
Al igual que otras filosofías de crianza y educación, la Disciplina Positiva tiene sus bases fundamentadas por años de estudios y por la neurociencia.
La disciplina positiva sentó sus bases hace ya más de 100 años por el psiquiatra austriaco Alfred Adler y su colaborador Rudolf Dreikurs.
En la década de los 80, la educadora y psicóloga americana Jane Nelsen, con la ayuda de la educadora Lynn Lott, y otros colaboradores, rescataron los principios de Adler y Dreikurs para desarrollar el primer manual de Disciplina Positiva.
Un manual de Disciplina Positiva, para “entrenar” y enseñar a las familias la existencia de otras alternativas respetuosas de educación, donde con el pasar de los años, ha ido evolucionando con los nuevos estudios y descubrimientos, por lo que hoy en día se ha convertido en un referente para familias y educadores.
Adler y Dreikurs hablan de las necesidades humanas y estas han sido la base fundamental de la disciplina positiva.
Es difícil para un adulto estar rodeado de personas y aun así sentir soledad, esto sucede porque aun estando en compañía podemos sentir que no pertenecemos, que no somos escuchados.
Si imaginamos por un segundo cómo nos sentimos nosotros los adultos ante esta situación, esto nos llevaría a reflexionar sobre cómo perciben los niños y niñas cuando no sienten que pertenecen, y de aquí viene la famosa frase de Dreikurs: “Un niño que se porta mal, es un niño desmotivado”.
Es por ello por lo que la disciplina positiva siempre habla de la necesidad de pertenecer y la necesidad de ser escuchados para sentirnos bien.
Estas necesidades requieren ser atendidas y cubiertas, incluyendo tanto a los niños como a los adultos, y si estas necesidades no están cubiertas de forma adecuada, pueden generar malestar emocional y cambios en nuestro comportamiento, y cuando de niños y niñas se trata, estos cambios se perciben como “malos comportamientos”.
Todos los seres humanos necesitamos experimentar el sentido de pertenencia y el sentido de contribución en nuestras vidas, en nuestro día a día.
El sentido de pertenencia, se refiere a la necesidad de pertenecer a un grupo (a la familia, escuela, comunidad, amigos), sentirnos identificados, que nos garantice nuestra supervivencia. El sentido de contribución, viene de la necesidad de sentir que podemos ser parte importante y contribuir en el grupo, que nuestra opinión es escuchada, que podemos ayudar y aportar a nuestro grupo.
Cuando de niños y niñas hablamos, necesitan asegurarse que tienen cerca a alguien que se ocupa de satisfacer sus necesidades (afecto, alimento, protección, etc.) en esto consiste su sentimiento de pertenencia, les ayuda a garantizar su supervivencia a través de su figura de apego, tomando en cuenta sus ritmos e intereses.
Sentirse seguros, va implícito a sentirse escuchados y que pertenecen al grupo.
Sin duda alguna, parte importante de sentir que pertenecemos a un grupo, que somos escuchados y tomados en cuenta, va ligado directamente al sentimiento de contribución y al bienestar emocional.
Ahora bien, entender esto nos ayudará a ver más allá del “mal comportamiento” de los niños y niñas, ya que cuando estas dos necesidades no están cubiertas pueden generar malestar emocional y por ende afectar en su comportamiento.
Por lo general un niño que a nuestros ojos se porta mal, realmente lo que nos quiere decir es que alguna de estas dos necesidades no está siendo cubierta.
No saben aún expresar sus emociones de otra manera, por lo que intentarán hacernos llamadas de atención para intentar decirnos que se sienten en peligro y que su supervivencia está amenazada, por no sentir que pertenecen. Y también sienten que no les tenemos en cuenta, que sus necesidades y emociones no están siendo vistas y que su opinión no es escuchada.
Esto puede generar un círculo de malestar emocional que fácilmente nos hace caer en desesperación, en gritos, amenazas, castigos y hasta en constantes chantajes con premios, ya que vienen de nuestro automático y de nuestras escasas herramientas.
Y aquí es cuando debemos tomar una pausa con intención, para revisar si estas dos necesidades están siendo cubiertas de manera adecuada según las necesidades específicas de nuestros hijos.
La disciplina positiva, nos invita a un cambio de mirada, a mirar con otras gafas y a mirar las conductas del niño como un gran iceberg, desde la punta hasta la parte más profunda (que suele ser la más grande y la base de todo) para conocer las posibles causas del “mal comportamiento” y así lograr un cambio de mirada.
¿Qué es la disciplina positiva?
La esencia de la disciplina positiva es el equilibrio entre la amabilidad y firmeza al mismo tiempo, el respeto mutuo, el amor, la validación de las emociones, la libertad con responsabilidad, el entendimiento del comportamiento de los niños y niñas y la conexión antes de la corrección.
Se trata de buscar el equilibrio entre las necesidades de los niños y de los adultos para garantizar en lo posible que estén cubiertas para todos.
Saber que somos nosotros los adultos quienes somos los responsables de cubrirlas y atender las necesidades de los niños y no viceversa. No consiste en ser permisivos, en romper los límites e ignorar nuestras propias necesidades y las del entorno.
Por supuesto que lograr este balance, cuando abogamos por una crianza respetuosa, suele ser algo complejo y más largo de lo que quisiéramos, debido a que venimos, por lo general, de un modelo de crianza de autoritarismo y control sobre nuestras emociones y necesidades.
La disciplina positiva tiene como base las relaciones de respeto mutuo con el propósito de educar, preparar y proporcionar las habilidades y competencias sociales para la vida.
Ciertamente a veces podemos dudar si estamos en el camino que deseamos y para revisar hacía donde vamos es fundamental tener presente los principios de la Disciplina Positiva.
Los 5 principios de la disciplina positiva serán nuestra “guía” para la crianza y educación de nuestros niños y niñas:
1.- La disciplina positiva es amable y firme al mismo tiempo.
Es necesario establecer límites, los límites son protección, son seguridad y amor, y estos se establecen desde la amabilidad y el respeto. Es válido decir que no y al mismo tiempo decirlo con empatía y comprensión.
Muchas veces nos encontramos saltando entre el autoritarismo o la permisividad, moviéndonos de un extremo a otro, y debemos ubicar ese lugar donde logremos ser amables y firmes al mismo tiempo, donde la libertad y la responsabilidad vayan de la mano.
2.- La disciplina positiva es efectiva a largo plazo.
Partiendo de la teoría del Iceberg que propone la Disciplina Positiva, las conductas de los niños son solo la superficie y muchas veces intentamos “canalizar” dichas conductas y comportamientos a base de estímulos externos, con premios y castigos, dejando a un lado la motivación intrínseca y con un efecto a corto plazo, sin obtener resultados duraderos en el tiempo.
Por ello se sugiere el enfoque en soluciones, en mirar lo más profundo, cuáles son las necesidades no cubiertas que se esconden tras la conducta y ofrecer alternativas que funcionen a largo plazo.
La disciplina positiva puede que suponga un mayor esfuerzo inicialmente, pero a la larga sus frutos se verán y podremos disfrutar de lo que hemos sembrado.
3.- La disciplina positiva fomenta el sentido de pertenencia y contribución.
Si se tienen en cuenta las necesidades básicas de niños y niñas, se les escucha e invita a cooperar, para que la familia vaya en equilibrio y las necesidades de todos estén cubiertas.
El agradecimiento a su cooperación, fomentando así el sentimiento de sentirse útiles y que son parte valiosa y significativa del equipo, es sin duda favorable para la convivencia, la conexión con su figura de apego y también para su salud emocional.
4.- La disciplina positiva invita a los niños desarrollar sus habilidades y capacidades propias.
Les ayuda a desarrollar su potencial, brindándoles un entorno seguro donde pueden equivocarse porque pueden confiar en que estaremos para acompañarlos sin juzgar sus decisiones y errores, centrándonos en la búsqueda de soluciones.
Dándole espacio a sus pensamientos, opiniones e interés, se fomenta el sentido crítico, la autoestima, y la capacidad en un futuro de tomar sus propias decisiones.
Se centra en alentar el uso de sus capacidades personales y de autonomía de manera constructiva.
5. La disciplina positiva invita a forjar las bases para las habilidades sociales y para la vida.
Desarrollan habilidades de cooperación, resolución de problemas, resiliencia, respeto y empatía, teniendo en cuenta sus opiniones e ideas y se les permite tomar decisiones.
Pasar toda su infancia exigiéndoles obediencia y sumisión, no les ayuda a desarrollar habilidades ni sociales ni para su vida adulta.
Es importante conocer nuestros valores de vida para así poderlos transmitir.
Conociendo lo qué es la Disciplina Positiva, de donde viene y sus 5 principios, nos ayuda a hacer un cambio de mirada, nos abre la posibilidad de un camino diferente, a autoconocernos y a buscar esa mejor versión de nosotros para nuestros hijos, para sobrellevar los conflictos en casa de una manera lo más respetuosa posible para todos.
Para mí, la Disciplina positiva ha sido ese primer paso para una crianza consciente, donde me ha permitido mostrar mi vulnerabilidad, mis necesidades y mis propios errores como oportunidades de aprendizaje y crecimiento personal.